De matasanos a cirujanos by Lindsey Fitzharris

De matasanos a cirujanos by Lindsey Fitzharris

autor:Lindsey Fitzharris [Fitzharris, Lindsey]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2017-04-01T04:00:00+00:00


Ningún tema científico puede ser tan importante para el hombre como el de su propia vida. Ningún conocimiento puede ser tan incesantemente atraído por los aconteceres de cada día como el conocimiento de los procesos por los que vive y actúa[1].

GEORGE HENRY LEWES

Tras preguntar a su ayudante por el bienestar de uno de sus pacientes, un cirujano del hospital Guy de Londres recibió la respuesta de que el hombre en cuestión había muerto. El cirujano, que se había habituado a este tipo de noticias, respondió: «¡Ah, muy bien!». Se trasladó a la siguiente sala para preguntar por otro paciente. Una vez más, la respuesta fue: «Ha muerto, señor». El cirujano se detuvo un momento. Frustrado, exclamó: «¡No estarán todos muertos, digo yo!». A lo que su asistente respondió: «Sí lo están, señor[2]».

Escenas como esta eran comunes en Gran Bretaña. Las tasas de mortalidad en los hospitales habían alcanzado un máximo histórico en la década de 1860. Los esfuerzos por limpiar las salas habían tenido poco efecto sobre las incidencias del hospitalismo. Es más: en los últimos años había habido un creciente desacuerdo dentro de la comunidad médica sobre las teorías acerca de las enfermedades prevalentes.

El cólera en particular se había vuelto cada vez más difícil de explicar dentro del paradigma miasmático. En las últimas décadas ya se habían producido tres brotes importantes que se cobraron la vida de casi 100 000 personas solo en Inglaterra y Gales[3]. La enfermedad galopaba por toda Europa, dejando una estela de crisis médica, política y humanitaria que no podía ignorarse. Aunque los no contagionistas señalaran el hecho de que los brotes ocurrían a menudo en zonas urbanas sin la menor higiene, no podían explicar por qué el cólera había seguido vías de comunicación humana a medida que se extendía desde el subcontinente indio, ni podían entender por qué algunos brotes se producían durante el invierno, cuando los malos olores eran mínimos[4].

A finales de la década de 1840, un médico de Bristol llamado William Budd argumentó que la enfermedad se propagaba a través de aguas residuales contaminadas portadoras de «un organismo vivo de una especie distinta, que se introducía por ingestión y se multiplicaba en el intestino por autopropagación[5]». En un artículo publicado en el British Medical Journal, Budd escribió que «no había pruebas» de que «los venenos de enfermedades contagiosas específicas se originasen de manera espontánea» o se transmitieran por el aire contaminado de miasma[6]. Durante el último brote dio prioridad a las medidas de desinfección con un antiséptico, aconsejando que «a ser posible, todos los exudados que provengan de los enfermos se introduzcan, en cuanto salgan de sus cuerpos, en recipientes con una solución de cloruro de zinc[7]».

Budd no era el único que cuestionaba el origen espontáneo y la transmisión aérea del cólera. El cirujano John Snow también comenzó a investigar el asunto cuando, en 1854, hubo un brote mortal cerca de su casa en el Soho de Londres. Snow procedió a localizar los casos en un mapa, y entonces se dio cuenta



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